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Aunque la mentalidad moderna afirma que todos los problemas se pueden resolver dentro de la esfera de lo político, está claro que la crisis de la civilización moderna se ha originado en un punto más elevado; el caos social actual es meramente una manifestación exterior de la decadencia interior. Ilustraremos aquí la relación entre la política y el ámbito metafísico del ser para así determinar la causa y los efectos del caos moderno. Al proceder desde el punto más alto de referencia hasta el más bajo, los resultados son necesariamente ciertos. El lector moderno encontrará este método confuso casi seguro, ya que lo habitual para él es considerar el método empírico como absoluto, careciendo de validez todo aquello que lo trascienda. El problema para el mundo Occidental (y más recientemente también para el Oriental), sin embargo, es justamente que no reconoce aquello que va más allá del hombre, y por tanto no puede encontrar la solución que necesita, ni siquiera darse cuenta de que existe un problema.

Suponiendo que la realidad física no hubiese "surgido" aún, ¿qué podría existir en ese vacío? Una nada pura y sin adulterar sería un absurdo, ya que ciertas leyes deberían haber existido antes que la realidad física para determinar el desarrollo de ésta. Y si no, al menos la simple posibilidad de la existencia; esta posibilidad puede ser intangible pero real, ya que sin la posibilidad de la existencia, esta nunca habría ocurrido. Este "principio" es tan indestructible como intangible, a diferencia de la realidad física, en la que cada aspecto está sujeto a la degradación y disolución.

El principio intangible e indestructible impregna la realidad física. Los ecosistemas naturales son la representación de como los componentes físicos se alinean con un orden que los trasciende para formar una estructura; sin embargo estas estructuras son efímeras debido a la decadencia constante de toda manifestación. La realidad se mantiene cohesionada debido a la oposición de caos y orden que forma un ciclo constante de nacimiento y muerte. Los humanos existimos dentro de este ciclo y estamos por tanto sujetos a él, pero nuestra capacidad para percibir aquello que trasciende el ámbito material nos hace únicos, ya que somos capaces de elegir si queremos perpetuar el orden o la decadencia. Cuando los seres humanos entienden los principios eternos que conforman la estructura de la realidad son capaces de realizar grandes obras de arte y arquitectura, o de organizar poderosas civilizaciones. Cuando los seres humanos se obsesionan con el ámbito físico dañan los ecosistemas, destruyen la vida y crean civilizaciones miserablemente autocráticas, plagadas por el crímen, la pobreza y las enfermedades mentales (ver las tasas de depresión desde la revolución industrial).

En política esta división es tan real como en cualquier otra esfera del pensamiento o de la acción del ser humano; y es de la política de lo que nos vamos a ocupar ahora. Identificaremos orden con tradición y caos con anti-tradición. Las sociedades verdaderamente tradicionales no son meramente políticas, sino que están estructuradas partiendo desde el principio más alto hacia el más bajo. La sociedades anti-tradicionales (o modernas), no tienen una orientación trascendente, y consecuentemente carecen también de orden social. En la esfera política las sociedades modernas nivelan a todos los seres humanos según sus funciones más bajas, y la única diferencia entre individuos son factores materiales como el dinero; aparte de eso no son sino individuos anónimos con la capacidad de participar en la economía. Según la ley del individualismo todo individuo es igual: la vocación se ve reemplazada por el empleo. En vez de un individuo único desarrollando todo su potencial a través del trabajo creativo, tenemos hombres que llevan a cabo tareas mecanizadas y repetitivas que cualquiera puede hacer; en otras palabras, desarrollan las posibilidades mínimas del ser humano. Para alcanzar la "libertad" los modernos han sacrificado la creatividad, la singularidad y muchas otras cualidades que hacen la vida rica y plena de sentido.

El gobierno se elige según su popularidad, y de esta forma representa sólo lo que la mayoría ansía, que son más productos para consumir y más riqueza. Esta obsesión con la realidad material es un signo seguro de que esta sociedad ha descendido de los principios más elevados: no tiene una estructura, ni siquiera tiene la manera de implantar una estructura, y simplemente progresa más y más hacia la decadencia materialista mientras que las masas defienden firmemente su valor moral.

La sociedad tradicional refleja mucho más fidedignamente los procesos que encontramos en la naturaleza, ya que aquella está basada en principios eternos. Este tipo de civilización funciona como un ecosistema, con cada parte haciendo una contribución positiva para la continuidad del todo. Para que esto funcione cada persona o grupo de personas tiene que realizar unas tareas determinadas. Examinaremos a continuación las diferentes funciones que corresponden a los diferentes seres humanos.

En una tribu, el líder actúa como un principio intangible: ordena el resto de elementos, dando a la tribu una estructura global. En civilizaciones más grandes esta función no cambia, aunque ha de ser replicada a múltiples niveles para asegurar el éxito organizativo. Esto es también un proceso natural, cada ecosistema contiene múltiples sub-sistemas, e incluso el cuerpo de un animal funciona según el mismo método, con el cerebro como principio de orden y cada parte del cuerpo contribuyendo al funcionamiento general. Trasladando este concepto a la política estamos hablando de localización, que fue más prominente en el sistema feudal pero que fue empleada por practicamente todas las civilizaciones tradicionales anteriores en la historia, con distintos niveles de aplicación (las comunidades sólo se han vuelto dependientes del estado en tiempos recientes). Como el líder debe funcionar como un principio, su conocimiento de los asuntos metafísicos era primordial; los líderes tradicionales habitualmente procedían de los grupos sacerdotales o guerreros, y su primer objetivo era la completa renuncia al ego (su individualidad separada de la realidad exterior) y una atención exclusiva a su tarea. Los fracasos del líder se atribuían al hecho de que el ego hubiese guiado sus acciones (Julius Evola - Rebelión Contra el Mundo Moderno).

Los sistemas políticos modernos que ostentan un liderazgo genuinamente fuerte no tienen una estructura tras de sí, los líderes simplemente dominan a las masas para sus propios fines. Esta es la experiencia moderna en torno al liderazgo, y ha llevado a una paranoia extrema en los países occidentales respecto a cualquier sistema en el que alguien tenga más poder que los demás. Esto es una equivocación, ya que un sistema no corrupto no dejaría que a un líder corrupto sin castigo; de hecho, en las civilizaciones tradicionales los líderes eran completamente responsables del bienestar de sus sociedades, y en muchas ocasiones pagaban un alto precio por sus fracasos. Esto puede parecerle bárbaro a los modernos pero es entendible, ya que permite la existencia de sociedades estructuradas sin el riesgo de dictaduras desastrosas. Sin embargo, más importante que esto es el hecho de que la sociedad estaba estructurada en torno a una jerarquía que consistía en algo más que simplemente líderes y seguidores.

El sistema de castas fue un sistema para crear amplias categorías que no imponían más limitaciones al individuo que aquellas que le eran inherentes. El mejor ejemplo de esto lo encontramos en la India Antigua, donde existieron cuatro castas principales: Brahmins (Sacerdotes), Kshatriyas (Guerreros), Vaisyas (Mercaderes) y Sudras (Trabajadores). Estas cuatro castas se pueden encontrar, con ligeras variaciones, en todas las civilizaciones ancestrales.

Este sistema permitía a los individuos desarrollar una serie de tareas de forma personal y creativa, pero era lo suficientemente estricto como para mantener el orden social. Las comunidades se podían formar fácilmente y todas las tareas necesarias las realizaban personas que conocían y respetaban su propio papel en la sociedad. Estas especializaciones son necesarias a la hora de crear grandes civilizaciones; esto se podría considerar como una evolución genuina desde los tiempos de los hombres de las cavernas, cuando los únicos roles existentes eran cazador-recolector (hombres) y madre-provisora (mujeres). Hay que señalar que el papel de la mujer cambió muy poco en la evolución desde las tribus primitivas al mundo civilizado, aunque su función espiritual en relación con la reproducción y el amor se puede haber hecho más prominente. Consideramos esto evolución ya que se alcanzó una estructura más elevada, en concordancia con la realidad; la sociedad moderna, sin embargo, ha degenerado hasta un estado caótico desconocido para el hombre en la historia precedente.

Está claro que si pretendemos solucionar los problemas actuales tenemos que atacar sus mismas raíces. La "revolución espiritual" comienza en el propio ser, superando las limitaciones del ego; tras esto se ordena a la mente que ejerza la voluntad de crear orden en la realidad. De esta manera la mente se convierte en un principio, tiene la habilidad de crear orden dentro del caos de la realidad física. Una restauración debe partir del punto más elevado, aquellos capaces de desarrollar las funciones de las castas superiores deben ser adoctrinados en el verdadero conocimiento metafísico de los principios, para poder así comenzar a ejercer su influencia sobre las castas inferiores a través de la política, restaurando finalmente el orden social.

February 2, 2008

Our gratitude to "Shanti Andía" for this translation.


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